Recibiendo del Presidente de la Federación Murciana
Organización, Antonio e hijo
Antonio González mi padre, hombre vitalista donde los haya a sus 82 años y después de toda una vida de trabajo por y para los suyos ha descubierto el senderismo y el deporte en general (arengado por sus hij@s) como una actividad para mantenerse bien física y mentalmente; de manera que a parte de otras muchas actividades hemos participado en la XXXIX Reunión Marcha Nacional de Montañeros Veteranos de la Federación Nacional y organizada en este 2012 en Cieza.
Antonio ha sido homenajeado como el senderista de mayor edad de la Región de Murcia participante en esta prueba después de superar la marcha de 12 kms. programada por el Club Ciezano del Portazgo.
Por cuyo motivo ha sido entrevistado en forma de homenaje por La Verdad de Murcia dando un repaso de sus actividades y experiencias montañeras. Un ejemplo de actividad y vitalismo en la Tercera Edad digno de como mínimo imitar.
Mis experiencias van acompañadas a veces no sólo de fotos sino tambien en algunos casos con relatos sobre lo acontecido, como una forma de transmitir algo más que una imagen aunque se diga que una imagen vale más que mil palabras.
Hace algunas fechas la familia, entre la que se encontraba mi hijo Sergio con tan sólo 7 añitos y el abuelo Antonio 81 años; nos propusimos ascender el Mulhacén, techo de la Península. Ahí fuimos con la convicción de que tendríamos éxito y consecuentes con nuestras posibilidades trabajadas con anterioridad en nuestras frecuentes salidas a la montaña.
Sergio González. 7 años. Ascensión Mulhacén.
Y otro donde Antonio González mi padre accede a cumbre con 81 años.
Por supuesto dejé tambien en este caso mi impronta literaria del evento como algo historico digno de perpetuarse en el recuerdo.
El
Mulhacén, un coloso que emergió del Mar
Vaya por mi Padre impulsor de la frase:
“No hay mayor placer que descansar después de haberse
cansado”.
Siempre que te inmiscuyes en aventuras de montaña con
las consabidas vivencias fisiológicas, visuales, de conocimiento de cuanto te
rodea y hace feliz por cuanto te aporta y enriquece, he pretendido transmitir a
los demás el que se ilusionaran como uno mismo con estos retos. Espero haberlo
conseguido.
Cuando hemos salido del cortijo a hora temprana he saboreado
sublime la bruma matinal que, tiñendo de frescor el paraje aterrazado circunda
el entorno.
Apenas se oye en la hondonada un débil y rítmico repiqueteo
de un azaroso lugareño, que haciendo veces de agricultor, araña con su azada la
fructífera huerta alpujarreña, plena de pequeñas tablas de múltiples variedades
agrícolas.
Serpenteando pequeños senderos de herradura, cerezos
centenarios, albercas rebosantes que vierten aguas al Poqueira por vivas
acequias plagadas de historias árabes y cristianas, hemos dejado agitándose en
leves pandeos los centenarios castaños, que ocultan la casa empedrada del
recóndito lugar donde hemos pasado unos días el Abuelo, Sergio, los tit@s y yo.
Tomamos con premura y contenidas ganas camino de las alturas
teniendo en cuenta la bondad del clima veraniego y afrontando un deseado y nada
desdeñable reto: alcanzar el techo de la Península, el Mulhacén (3.482Mts). Pero
esta vez con la emoción doble, con el interés añadido de que con el tiempo, he
podido hacer confluir en un grupo familiar al benjamín de la familia, mi hijo
Sergio de 7 añitos recién cumplidos y a mi padre Antonio, el abuelo de 80 años
de edad. Un reto ilusionante, largamente añorado por mí, una idea madurada de
larga trayectoria de senderos locales y provinciales que durante algunos años
hemos aglutinado en nuestros quehaceres aventureros y que les ha hecho acumular
la fuerza física y moral para afrontar el desafío, asumido ahora por su gusto
por la naturaleza y la aventura de montaña; conjuntamente enriquecidos por
innumerables experiencias montañeras en el seno familiar.
La nitidez de la luz es inequívoca de que el día será
brillante de esplendor, una claridad máxima que potencia los colores del Valle
del Poqueira; verde y pleno en sus cauces, de castaños, cerezos, robles y
quejigos, azul en sus cielos límpidos, destellando negro-blanco de sus
esquistos brillantes en las cumbres, teñidas a su vez, aún en agosto, de
solitarios neveros resistentes a la potencia dura y clara del sol mediterráneo
(Torquera, la pintora de Bubión, así lo resumía días atrás cuando hablábamos de
sus pinturas).
Desplazándonos en altura dejamos atrás el frondoso y verde
Valle, ríos, nerviosos manantiales, plácidas albercas que los árabes mimaron
maquillando sus formas para pleno rendimiento de las necesidades agrícolas y
urbanas.
Desde ya, bastante alto y próximos a los límites del Parque
Nacional, atisbamos retrocediendo en nuestra visión y hundidos en inclinadas
laderas los pueblos encalados en blanco, esquematizados en cúbicas formas de
terrazas planas, calles rendidas a las improvisadas formas y pendientes de las
colinas.
Con el fluir de nuestra caminata las tiernas hierbas, a
menudo pasto de vacas y ovejas, dejan paso a extensas alfombras de piornal pinchoso
y rudo que adaptándose al frío extremo de los inviernos y radiantes veranos, se
ha hecho amo a estas latitudes con algunas aisladas plantas aromáticas del
sustrato último que da píe a la inexistencia de flora del extremo nivel de alta
montaña, donde apenas algunos líquenes y ahoyadores insectos perviven con hábitos
de indudable pericia adaptativa.
Aquí y en intenso esfuerzo ya cuesta respirar. Todo movimiento
se hace más cadencioso y los avances en ascenso nos exigen el máximo de nuestro
derroche físico a la vez que ganamos por momentos altura. La crestería sur que
flanqueando Órgiva despunta sobre el Mediterráneo dirección Marruecos y que
Sergio en su inocencia de niño creía por su esbeltez lo más alto, ya se divisa
bajo nosotros como un elemento más del tapiz cartográfico que barrido con la
vista se pierde en las costas africanas.
Y mientras le comemos metro a metro a la inclinada pendiente,
mirando arriba vemos la ondulante crestada del conjunto cúspide de nuestro objetivo,
flaqueado por las cimas del Veleta y la Alcazaba; moteado todo de asilados
neveros resistentes al sofocante verano como reductos supervivientes de la
nevosa invernada de este último año y que aguantando los soleados días
precedentes van soltando por rítmico goteo, hilillos de aguas que huidizas
chorrean pendiente abajo buscando lo profundo de los vergeles, formando
desfiladeros.
Con incredulidad viendo las progresiones de Sergio, nos
sonríen los aventureros contiguos que junto a nosotros y a la par tensamos piernas,
encadenando paso a paso en rítmica y regular cadencia, de un caminar sereno.
Porque atiesar el esfuerzo a estas cotas pasa factura, pudiendo dar al traste
con la anhelada hazaña por un bajón o el mal de altura.
A nuestros pies los quebrados esquistos jalonan como losetas
desordenadas un suelo de molida roca, adoquinado irregular de este promontorio
submarino que rompiendo a empujones geológicos dejo abajo el mar y se elevó
sobre el Sur de España aglutinando una variopinta singularidad de especies
geológicas, faunísticas, paisajísticas de enorme biodiversidad que dieron junto
a la variabilidad climática el valor de Parque Nacional a Sierra Nevada en 1999.
Atrás quedan preparativos, pruebas de esfuerzo medidoras de
posibilidades, ánimos de apoyo en la distancia (incluso Mamá desde Amsterdan) y
aprobación emotiva de montañer@s desconocidos que comparten ruta con nosotros y
que en signos de admiración observan con signo de incredulidad la fortaleza y
empecinamiento del abuelo y de mi hijo Sergio, el benjamín del grupo.
Y tras leves descansos, escudriñamos el nítido sendero, que
marcado por el constante e histórico fluir de montañeros de fechas pasadas, vamos
acortando; descartado ya el mal de altura que en esta ocasión pasó de nosotros
respetando condescendiente y permisivo al variopinto grupo familiar.
Ya no hay quien nos pare; nuestras cansadas piernas, y el
fluir entrecortado de nuestra respiraciones no es inconveniente mensurable para
contrarrestar nuestras asumidas convicciones de victoria, entendida ésta como la
consecución noble de un objetivo, aglutinando esfuerzo físico, fuerza de
voluntad, poder de sacrificio que revierten en la fuerza mental y física,
potenciada por la ilusión conjunta de lo alcanzado.
Y ya en las rampas finales nos ha cambiado el semblante, suscribiendo
todos en efusión efervescente de endorfinas chispeantes por nuestro cuerpo, la
consumación de la gesta; celebrada una vez en la cima en abrazos mutuos de
felicidad desbordante, mientras quedarán para la historia imágenes documentales
de vivos recuerdos y muestras irrefutables y visuales para quienes nos esperan a
la vuelta.
A mis forjadores del sueño Elena, Cefe, Fuen, Ata, Abuelo y como no, al pequeñín...Sergio que
nunca me perdonará el haberle colgado en Youtube, Mami que se programó de
distinta manera y como no a la gran
ausente, la Abuela que desde lo alto, en el fondo también se alegraría de
la curiosa escena familiar conseguida en esta especie de Finisterra aérea.